Eran altos, fornidos, de facciones agradables y tez clara.
Adoraban al sol y a los fenómenos de la naturaleza. El rayo y el trueno eran considerados dioses de los Andes, conectados con la Madre Tierra. Sus hechiceros, además de dirigir las ceremonias, curaban las enfermedades. O sea, se sentían seducidos por los fenómenos del cielo.
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